Después de que una tormenta de verano golpeó nuestra ciudad, tuve que solucionar el daño hecho por los árboles a nuestra casa, además de limpiar a fondo el patio repleto de ramas y hojas. Mientras lo hacía, trataba de animarme repitiendo: «¡Nosotros no tenemos ningún árbol!». Es cierto. Aparte de tres pinos pequeños de menos de un metro de alto, no tenemos. Pero paso bastante tiempo limpiando después de las tormentas o cuando caen las hojas de los árboles de los vecinos.
Vecinos… prójimos. ¿Cómo interactuamos con ellos, aunque cuando algo que hicieron, dijeron o plantaron nos molesta? Las Escrituras afirman claramente nueve veces: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18, Mateo 19:19, Marcos 12:31, Gálatas 5:14, y Santiago 2:8; entre otros). De hecho, es el segundo gran mandamiento que Dios nos dio. Una de las claves para mostrar amor a nuestros vecinos y a nuestros prójimos es cómo interactuamos con ellos. Santiago lo explica diciendo: «todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (1:19).
Esto no es siempre fácil. Va contra nuestra naturaleza. Pero amar al prójimo tiene que ser nuestra primera reacción. Con la ayuda de Dios, reflejemos la luz del amor de Jesús ante aquellos que comparten la vida con nosotros: nuestros vecinos y prójimos.