William Temple, un obispo inglés del siglo xix, concluyó una vez un mensaje a los estudiantes en Oxford con las palabras del himno La cruz sangrienta al contemplar. Pero advirtió sobre tomar livianamente la canción: «Si sienten [las palabras] de todo corazón, cántenlas lo más fuerte que puedan. Si no las sienten para nada, permanezcan en silencio. Si las sienten un poco y quieren sentirlas más, cántenlas bien suave». Lentamente, miles de voces empezaron a cantar en un susurro las líneas finales con sobriedad: «¿Y qué podré yo darte a ti, a cambio de tan grande don? / Es todo pobre, todo ruin; toma, oh, Señor, mi corazón».

Aquellos alumnos entendieron la realidad de que creer en Jesús y seguirlo es una decisión seria, porque significa decir que sí a un amor que demanda todo de nosotros. Seguir a Cristo requiere todo nuestro ser. Él dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16:24).

Pero seguir a Jesús es también nuestro gozo más profundo. Descubriremos que la vida con Él es lo que realmente deseamos. Parece una paradoja, pero si respondemos al amor de Dios, creemos en Cristo y renunciamos a nuestras demandas egoístas, encontraremos la vida que anhela nuestra alma (v. 25).

De: Winn Collier