Hace unos años, después de intercambiar palabras acaloradas, Carolyn y yo resolvimos nuestro conflicto con compasión y amor la una por la otra. Confesé mi error, y ella oró por mí, aludiendo a Ezequiel 36:26: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne». Sentí que Dios estaba realizando una especie de cirugía cardíaca espiritual en mí, quitando mis temores y amargura al rodearme de su amor.
A Dios le encanta que nos comprometamos con las Escrituras como hice yo entonces, pero es importante notar el contexto original del pasaje. Ezequiel hablaba en nombre de Dios al pueblo con la promesa de que lo limpiaría. ¿Por qué? «No lo hago por vosotros […], sino por causa de mi santo nombre» (v. 22). Dios purificaría a su pueblo para que todas las naciones lo reverenciaran y conocieran que Él es Dios.
Dios obra sus propósitos en nuestras vidas no solo para ayudarnos a crecer, sino también para que lo honremos. Así como les prometió a los israelitas un corazón y un espíritu nuevos, mediante la obra interior del Espíritu Santo, también transforma nuestros corazones fríos y endurecidos con los que reciben y comparten su amor y vida.
De: Amy Boucher Pye