Nuñez rodó por la montaña hasta un valle donde todos eran ciegos. Una enfermedad les había quitado la vista a los moradores originales, y las generaciones subsiguientes —todas nacidas ciegas— se habían adaptado a vivir sin poder ver. Nuñez trató de explicarles cómo era tener vista, pero nos les interesó. Finalmente, encontró un sendero entre las montañas que le impedían dejar el valle. ¡Era libre! Pero desde allí, vio que un alud estaba por aplastar a los ciegos. Trató de advertirles, pero lo ignoraron.

Este cuento de H. G. Wells, El país de los ciegos, tal vez replicaría al profeta Samuel. Cerca del final de su vida, «no anduvieron los hijos por los caminos de su padre», amando y sirviendo a Dios (1 Samuel 8:3). Su ceguera espiritual se reflejó en «los ancianos de Israel» (v. 4), quienes le pidieron a Samuel un rey (v. 6). Todos apartaron sus ojos de Dios y de la fe en Él. Dios le dijo a Samuel: «no te han desechado a ti, sino a mí» (v. 7).

Puede doler cuando los que apreciamos rechazan a Dios con ceguera espiritual. Pero hay esperanza incluso para aquellos a quienes «el dios de este siglo [les] cegó el entendimiento» (2 Corintios 4:4). Ámalos; ora por ellos. El que «mandó que […] la luz [resplandeciera] en nuestros corazones» (v. 6) puede hacer lo mismo por ellos.

De: Tom Felten