La sobresaliente escultura de Sabin Howard, El viaje de un soldado, respira vitalidad y angustia: 38 imágenes de bronce se inclinan hacia adelante en un bajorrelieve que describe la vida de un soldado de la Primera Guerra Mundial. Comienza con una conmovedora despedida de la familia y pasa a los horrores de la batalla. Al final, la escultura vuelve a casa, donde la hija del veterano mira dentro de su casco dado vuelta… solo para prever la Segunda Guerra Mundial.

Howard buscó «encontrar el hilo que atraviesa a la humanidad: los seres humanos pueden alcanzar grandes alturas, y luego se hunden al nivel del animal». La guerra revela esta realidad.

David conocía bien las consecuencias de la guerra. Consciente de su necesidad de confrontar el mal, alaba a Dios, quien «adiestra [sus] manos para la batalla» (Salmo 144:1). Pero también muestra rechazo al combate, orando: «rescata de maligna espada a [tu] siervo» (vv. 10-11). David miraba al futuro, cuando los jóvenes no morirán en guerras, sino que los hijos serán «como plantas crecidas» y las hijas «como esquinas labradas […] de un palacio» (v. 12). En aquel día, «no [habrá] gritos de angustia en nuestras calles» (v. 14).

Mirando atrás, recordamos a los caídos en batalla. Mirando adelante, cantamos con David: «Oh Dios, a ti cantaré cántico nuevo» (v. 9).

De: Tim Gustafson