Cuando su padre, enfermo y anciano, se mudó a vivir con ella, Josie se sintió abrumada por las necesidades diarias para cuidarlo. Los medicamentos eran caros, y las tareas de atenderlo y ser sabia para tomar decisiones, aparte de su otro trabajo «a tiempo completo», la estaban agotando. Se preguntó cómo podría seguir reuniendo y repartiendo fuerzas, sabiduría y amor.

Josie encontró esperanza en Lamentaciones, un libro sobre el dolor que sentían Jeremías y el pueblo de Dios. Jerusalén había sido destruida por los babilonios, y los judíos se enfrentaban a un impredecible exilio. El sufrimiento era abrumador, pero Dios prometió que «por la misericordia del Señor no [serían] consumidos» (Lamentaciones 3:22). Su pacto de amor permanecería con ellos, aunque ya no estuvieran en la tierra prometida, porque «¡nunca su misericordia se ha agotado!» (v. 22 rvc).

El amor de Dios no tiene límites. «Dios es mi porción, mi fuente de todo —se dio cuenta Josie, haciéndose eco del versículo 24—. Puedo reunir y repartir lo necesario cada día porque saco mi fuerza de Él, cuyo amor nunca se agota».

Si vivimos en obediencia a Dios, podemos tener esperanza, pase lo que pase. En su sabiduría perfecta, Él sabe lo que necesitamos y nos proveerá como mejor le parezca.

De: Karen Huang