Las enredaderas de sandías habían invadido mi jardín. Cruzaron el sendero de piedra, treparon la cerca, y lo peor de todo, trataron de ahogar mis plantas de verduras favoritas. Sabía que la huerta no duraría si no hacía algo. Entonces, una tarde empecé a desenredar los zarcillos de los tallos y las hojas. Cuando volvían a crecer, seguía quitándolos, hasta que finalmente las plantas produjeron tomates regordetes y pimientos brillosos.
Pecados como la codicia, la lujuria y el odio pueden invadir nuestras vidas como esas enredaderas. Si no hacemos algo, la semilla de un mal pensamiento puede crecer hasta controlar nuestros deseos y acciones, como un «pecado que tan fácilmente nos enreda» (Hebreos 12:1 rva-2015) e impide que crezcamos espiritualmente.
El escritor de Hebreos nos alienta a «[despojarnos] de todo peso» (v. 1) para que podamos «[correr] con paciencia la carrera que tenemos por delante». Liberarse requiere admitir que necesitamos ayuda para manejar el pecado. Esto puede ser difícil si no estamos convencidos de que es algo grave.
Cuando reconocemos el problema, Jesús acepta nuestra confesión y nos perdona enseguida (1 Juan 1:9). Puede mostrarnos cómo cambiar nuestra conducta, y mediante el poder del Espíritu Santo, nos ayuda a liberarnos de la esclavitud que nos impide crecer.
De: Jennifer Benson Schuldt