Thia estaba desconcertado. ¿Por qué su hijo de 18 años pasaba tanto tiempo en la biblioteca estos días? Autista y que rara vez hablaba con alguien, solía volver a casa enseguida de la clase. ¿Qué había cambiado? Tras insistir, su hijo finalmente respondió: «Estudio con Navin».

Resultó ser que Navin era un compañero de escuela que notó que el hijo de Thia tenía dificultad en la clase, y lo invitó a estudiar juntos. Esa amistad alentó enormemente al desanimado padre que había perdido toda esperanza de que su hijo alguna vez tuviera un amigo.

La esperanza se renovó porque una persona se interesó lo suficiente para acercarse a otra que necesitaba ayuda. Pablo sabía que esto también se aplica a nuestra esperanza de salvación. Para que los creyentes en Jesús velaran y fueran sobrios (1 Tesalonicenses 5:6), viviendo en la esperanza de su regreso, tenían que ayudarse mutuamente (v. 11); en especial, a los que estaban luchando.

Por eso, aunque aquellos creyentes vivían vidas que agradaban a Dios (4:1, 10), Pablo les recuerda: «os rogamos […] que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles» (5:14). Cuando notemos creyentes en Cristo temerosos o desanimados, y nos acerquemos a ellos, Dios puede utilizarnos para animarlos en su esperanza en Jesús.

De: Jasmine Goh