En un gélido día de noviembre, nuestra iglesia esperaba llenar doscientas mochilas para los sin techo. Mientras revisaba los artículos donados, oraba para encontrar guantes, gorros, calcetines y mantas nuevos. También se compartirían alimentos. Entonces, un artículo me sorprendió: toallitas. Alguien se había acordado de ayudar a nuestros destinatarios a sentirse limpios también.
La Biblia habla de otro tipo de limpieza: la de corazón y espíritu. Jesús lo señaló cuando denunció la hipocresía de los maestros de la ley y los fariseos. Cumplían los requisitos más pequeños de la ley, pero descuidaban «los preceptos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mateo 23:23). Cristo les dijo: «limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno […] Limpia primero lo de adentro del vaso y del plato, para que lo de afuera también quede limpio» (vv. 25-26).
Actuar como si estuviéramos espiritualmente inmaculados es solo un espectáculo si no buscamos la limpieza que se encuentra en Cristo. «Precioso es el raudal que limpia todo mal», declara un viejo himno cristiano. ¿Qué raudal? «Solo de Jesús la sangre». Un paño nuevo puede ser un regalo para lavarnos por fuera. Jesús nos limpia por dentro, lavando incluso el peor de nuestros pecados.
De: Patricia Raybon