«¿Creciste aquí?». Era difícil responderle a mi dentista porque sus instrumentos para limpiar los dientes todavía estaban en mi boca. Luego explicó que, en 1945, nuestra ciudad se había convertido en la primera del mundo en agregar flúor al agua potable pública. El tratamiento no requiere más de 0,7 miligramos por litro de agua. Sus efectos positivos son evidentes para un profesional capacitado. Pero yo no tenía idea… ¡había estado bebiéndola toda mi vida!
Con el tiempo, lo que consumimos a diario pueden afectarnos. Esto no solo se aplica a la comida y la bebida, sino también al entretenimiento, los amigos y las redes sociales. Pablo advirtió: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). La obra del Espíritu Santo de hacer que los discípulos de Jesús se parezcan más a Él lleva toda la vida, y nuestros hábitos pueden ayudar u obstaculizar. No siempre es fácil reconocer lo que consumimos, pero podemos pedirle a Aquel que es «sabiduría y […] ciencia» que nos muestre (11:33). La sabiduría nos ayuda a «[comprobar] cuál sea la buena voluntad de Dios» (12:2).
Vale la pena agregar o quitar todo lo que Él esté pidiéndonos. Todo es «de él, y por él, y para él» (11:36). Sabe qué es lo mejor.
De: Karen Pimpo