Mario, de veintiocho años, era adicto al crack y al alcohol, y fue encarcelado por robo. En su sentencia, el juez dijo que era «un desperdicio de vida humana». Tristemente, él estuvo de acuerdo. A mitad de su condena, vio un anuncio para un concurso de periodismo. Le interesó y se inscribió en una universidad cercana en la que, después de su liberación, terminó su maestría en periodismo. Ahora escribe para The New York Times. ¡Ya no es un desperdicio!
La vida del endemoniado que vivía en los sepulcros parecía un desperdicio para los que lo conocían. Sus vecinos lo encadenaban para protegerse ellos y a él, pero «las cadenas [eran] hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos» (Marcos 5:4). Luego volvía a los sepulcros donde «de día y de noche, andaba dando voces […] e hiriéndose con piedras» (v. 5).
Jesús echó fuera los demonios y reinsertó al hombre en la sociedad. La gente estaba asombrada de verlo «sentado, vestido y en su juicio cabal» (v. 15). Agradecido, quería irse con Cristo, pero Él no se lo permitió, sino le dijo: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti» (v. 19).
La misión de ese hombre es nuestra misión. Contémosles a otros de Cristo. Por Él, ninguna vida es un desperdicio.



