Mi papá llevó su amada Biblia durante más de 30 años, hasta que la gastada encuadernación se partió en dos. Cuando la llevamos a un profesional para restaurarla, el artesano tuvo curiosidad respecto a qué hacía tan especial el libro. No era una antigüedad costosa y estaba llena de anotaciones manuscritas. Sus preguntas generaron una oportunidad para que le compartiéramos el evangelio y oráramos por él.

Sí, la Biblia es más que una reliquia de familia o una decoración bonita. En su interior están las «palabras de vida eterna» (Juan 6:68), ya que Dios se nos revela a través de su Hijo. El Evangelio de Juan comienza diciendo que Jesús es el «Verbo [que] era con Dios, y el Verbo [que] era Dios» (1:1). Se lo describe «[habitando] entre nosotros» (v. 14).

Durante su tiempo en la tierra, Jesús habló palabras que «son espíritu y son vida» (6:63). Cuando enseñó algo difícil, y las multitudes se quejaron y muchos «volvieron atrás, y ya no andaban con él» (v. 66), sus discípulos decidieron quedarse. Se dieron cuenta de que otras palabras no podían satisfacer. Mi papá sentía lo mismo de su Biblia. A través de muchos montes y valles en su vida, Dios le proveyó esperanza, guía, consuelo y certeza mediante las palabras de las Escrituras.

De: Karen Pimpo