Eran tres adolescentes desbordantes de adrenalina, desatados en el inmenso sistema subterráneo hacia la cueva Mammoth. Su tío Frank, experto en cuevas y familiarizado con esos lugares, iba con ellos. Como conocía los peligros, les decía continuamente: «¡Muchachos, por aquí!». Pero ellos se alejaban cada vez más.

Atenuando su linterna de cabeza, el tío Frank decidió permanecer en silencio. Pronto, los chicos se dieron cuenta de que habían perdido a su guía. Con pánico, gritaron su nombre. No hubo respuesta. Por fin, vieron que su linterna destellaba a lo lejos. ¡Alivio y paz instantáneos! Ahora estaban listos para seguir a su guía.

Esta historia verídica constituye una parábola adecuada sobre cómo tratar el regalo del Espíritu Santo. Los desvíos nos tientan a alejarnos de la voz que nos llama a seguir al que dijo: «sígame» (Mateo 16:24).

El Espíritu de Dios nunca nos abandona, pero podemos ignorarlo. El apóstol Pablo advierte: «No apaguéis al Espíritu» (1 Tesalonicenses 5:19), sino «estad siempre gozosos. Orad sin cesar» y «dad gracias en todo» (vv. 16-18). Al hacerlo, nos mantenemos cerca de nuestro Guía, el «Dios de paz» que puede guardar a cada uno «irreprensible» (v. 23). No es obra nuestra; es de Él. Como nos recuerda Pablo: «Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (v. 24).

De: Tim Gustafson

Reflexiona y ora

¿Cómo has ignorado la voz del Espíritu Santo? ¿Cómo podrías seguirlo más de cerca?
Padre, que esté atento a ti hoy.