Cuando Carla era joven, pensaba que su madre tenía un don extraordinario para reconocer a otras personas. Pero la extraordinaria era Carla. Tenía un trastorno raro llamado prosopagnosia: no podía reconocer ni recordar rostros.
Poco después de la resurrección de Jesús, dos discípulos que salían de Jerusalén parecieron tener este trastorno al encontrarse con alguien que deberían haber reconocido. Ambos hablaban de las noticias emocionantes de los últimos dos días (Lucas 24:14), pero la tercera persona parecía desconocer lo sucedido. Tras darle un breve resumen, se sorprendieron cuando ese desconocido (Jesús) «les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (v. 27). Luego, Cristo partió el pan (v. 30), y en ese momento, «les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista» (v. 31). De inmediato, regresaron a Jerusalén a contarles a otros (vv. 33-35).
Esos discípulos no reconocieron a Jesús cuando estuvieron con Él, ni lo habían reconocido en el Antiguo Testamento; algo que leían a menudo y creían conocer bien. Fue necesario que Jesús se les revelara porque no pudieron ver sin ayuda.
Nosotros también necesitamos ayuda. Pidámosle a Dios que nos abra los ojos para ver a Jesús en la Biblia y en nuestra vida.