Unos 700 pingüinos emperadores de solo seis meses de edad estaban amontonados en el borde de un acantilado de hielo a unos quince metros del agua helada en la zona oeste de la Antártida. Por fin, un pingüino se inclinó hacia adelante y dio «un salto de fe», zambulléndose al agua.
Por lo general, los pingüinos jóvenes saltan apenas poco más de medio metro hasta el agua para nadar por primera vez. Este salto arriesgado fue el primero que se captó en la cámara.
Algunos dirían que ese salto a lo desconocido es similar a lo que ocurre cuando una persona acepta a Jesús como Salvador. Sin embargo, la fe en Él es exactamente lo opuesto. Hebreos 11:1 afirma: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve».
La fe de Enoc agradó a Dios: «sin fe es imposible agradar a Dios» (v. 6). El mundo no había visto nada parecido al gran diluvio, y aun así, Noé «con temor preparó el arca en que su casa se salvase» (v. 7), porque confió en Dios. Por fe, Abraham siguió a Dios «sin saber a dónde iba» (v. 8).
Cuando confiamos en Jesús, es por la fe. A medida que continuamos siguiéndolo o nuestra fe es probada, podemos recordar cómo Dios se manifestó a favor de esos hombres. Aunque no sepamos los porqués ni los cómos, podemos confiarle a Dios el resultado.
De: Nancy Gavilanes