En la clásica película Ciudadano Kane, Charles Kane amasa riquezas y poder al establecer un imperio periodístico. En una historia que recuerda Eclesiastés 2:4-11, Kane no se priva de nada y construye un castillo lleno de tesoros artísticos.
Como otros magnates, lo que realmente desea es adulación. Financia su propia carrera política, y cuando fracasa, culpa de la derrota al «fraude» electoral, para salvar su imagen. Le construye un teatro de ópera a su esposa y la obliga a una carrera de cantante para mejorar su reputación. También aquí, la historia de Kane evoca Eclesiastés, donde se ve que las riquezas dañan a los que las persiguen y acumulan (9:10-15), y los lleva a comer «en tinieblas» (5:17). Cerca de su muerte, Kane vive en ese castillo, solo, aislado y resentido.
Ciudadano Kane concluye revelando que su búsqueda procuraba llenar un vacío en su corazón: el amor parental que había perdido de niño. Creo que el escritor de Eclesiastés coincidiría. Nuestro Padre Dios «ha puesto eternidad en el corazón» del hombre (3:11), y la vida solo se disfruta en Él (2:25). La historia aleccionadora de Kane nos habla a todos: no busquemos satisfacción espiritual en las riquezas y el poder, sino en Aquel que derrama su amor en nuestros corazones (Romanos 5:5).