Después de celebrar en su tranquilo pueblo natal los trece años de Chantale, un tiroteo rompió la pacífica noche. Ella y sus hermanos corrieron al bosque, obedeciendo la desesperada orden de su madre de esconderse. Se acurrucaron toda la noche bajo la protección de un árbol. «El sol apareció por la mañana, pero nuestros padres no», cuenta Chantale. Ahora eran huérfanos y refugiados, junto a decenas de miles en un campo de refugiados.

Cuando oímos historias como la de Chantale, puede ser tentador dar la espalda a semejante pérdida. Pero los que creen en el Dios de las Escrituras también creen en un Dios que nunca da la espalda al sufrimiento, sino que atentamente «guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene» (Salmo 146:9).

«El Señor [que] creó los cielos y la tierra, y […] cumple su palabra» (v. 6 rvc) se ocupa siempre de «[hacer] justicia a los oprimidos, y [dar] de comer a los que tienen hambre» (v. 7 rvc).

Chantale Zuzi Leader, que fundó una organización para educar a niñas refugiadas, dice que su experiencia le enseñó que «cualquiera puede volverse un refugiado, perdiendo ese lugar de seguridad que una vez tuvo».

Que nuestra respuesta a personas así refleje el corazón de Dios que es fiel «refugio para el oprimido» (9:9 rva-2015) y «levanta a los caídos» (146:8).

De:  Monica La Rose

Reflexiona y ora

¿Cómo tú o algún conocido ha perdido un lugar seguro? ¿Cómo puede Dios obrar a través de esas experiencias?
Dios, ayúdame a reflejar tu corazón.