«En la vida, a veces vemos cosas que no podemos no ver», dijo Alexander McLean a un entrevistador. A los 18 años, había ido a Uganda a ayudar en cárceles y hospicios. Fue allí que vio algo que no pudo no ver: un hombre desamparado tirado junto a un retrete. McLean lo cuidó durante cinco días, pero el hombre murió.
Esa experiencia encendió una pasión en él. Obtuvo su título de abogado y volvió a África para ayudar a los marginados. Más tarde, fundó Justice Defenders, una organización que aboga por los prisioneros.
Muchos viven en condiciones que no podemos «no ver». Pero no los vemos. Lamentándose por su tierra devastada, Jeremías clamó al sentirse no visto: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido» (Lamentaciones 1:12).
Le dolía el corazón no solo por él, sino también por todos los oprimidos. «Cuando se aplasta bajo el pie a todos los prisioneros de la tierra, […] se le niegan al pueblo sus derechos y no se hace justicia, ¿el Señor no se da cuenta?», preguntó retóricamente (3:34-36 nvi). Pero veía esperanza: «el Señor no desecha para siempre»; «abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida» (vv. 31, 58).
Los «no vistos» nos rodean. Dios, quien nos redimió, nos llama y nos capacita para verlos y ayudarlos.
De: Tim Gustafson