«¡Puaaaajjj! —gritó mi hija—. ¡Papáaaaaa! ¡Ven!».
Yo sabía cuál era el problema: una polilla. Cada primavera, un ejército de estos insectos polvorientos migra de las llanuras de Nebraska a las montañas de Colorado, donde pasan el verano. Todos los años, nos preparamos para su llegada.
Para los humanos, las polillas molineras son plagas indeseadas que suelen volar directo a tu cara. Pero para los pájaros, bueno… son un festín. Investigando un poco, me enteré de que las polillas proveen una nutrición increíble a las golondrinas de la región. Por más molestas que sean, son como «maná» para las aves.
No sé si había migraciones de polillas en Israel en la época de Jesús, pero Él destacó la provisión de Dios para las aves allí, al decir en el Sermón del monte: «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:26).
Así que, en estos días, veo las polillas de manera diferente. No como plagas sucias, sino como recordatorios alados de la provisión de Dios para su creación; y como una metáfora viviente de su provisión para mí también. Si Dios provee tan abundantemente para las golondrinas, ¡cuánto más se interesa por mí y por ti!
De: Holtz Adam