Anita Bailey se sintió conmovida cuando recibió este mensaje por internet sobre su hijo Jalen: «Hoy estaba recibiendo a la gente en [la iglesia], y un joven se me acercó y me abrazó. […] Me quedé mirando un segundo, lo reconocí y dije: “¡Jalen!”. Nos abrazamos y charlamos. ¡Qué joven agradable!». La mujer había conocido a Jalen en sus días de rebeldía, cuando Anita y su marido, Ed, luchaban por salvar a su hijo de las consecuencias de sus decisiones, que le valieron doce años de cárcel.
Aunque los Bailey se sentían impotentes, no les faltaba oración. Y al rey Josafat, en 2 Crónicas 20, tampoco le faltaba. Cuando se vio acosado por fuerzas enemigas, convocó una reunión de oración (vv. 1-4). «¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú?», oró. «Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos» (v. 12).
¿Alguna vez te has sentido impotente o desorientado ante circunstancias que escapaban de tu control? ¿Por qué no convocar una reunión de oración, a solas o con otras personas? Eso fue lo que hizo Jesús frente a su inminente crucifixión (Lucas 22:39-44). En la oración, las peticiones de las personas impotentes se ofrecen a nuestro Dios todopoderoso en el nombre de Jesús.