Andrés, dueño de una empresa de electrónica, estaba organizando un paseo de un día a un resort de playa para los empleados más sobresalientes en ventas. También iba a llevar a Jimmy, su hijo de siete años. Antes de partir, Jimmy tomó emocionado la mano de su papá mientras todos abordaban la furgoneta. «¿Vienes con nosotros? ¿Cuántas ventas has hecho?», le preguntó en broma un empleado. «¡Ninguna! —respondió, y señalando a su papá, dijo:— ¡Él me está incluyendo!».
Jimmy no tuvo que trabajar para ganarse su inclusión en el viaje porque su papá estaba pagando su parte. Como creyentes en Jesús, nosotros tampoco dependemos de nuestras buenas obras para ser incluidos en el cielo. Se nos da acceso por causa de la muerte y resurrección de Jesús a nuestro favor. «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23), y la sangre de Jesús pagó ese precio y nos liberó de nuestra deuda. En Él, «tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Efesios 1:7). Así abrió el camino a todo el que cree en Él, para que «no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). La obra de Cristo y nuestra fe en ella nos permite estar con Él eternamente.
Cuando creemos en Jesús como Salvador, nos convertimos en hijos de Dios. Como Jimmy, podemos mirar a nuestro Padre celestial y decir con confianza: «¡Él me está incluyendo!».
 
