Durante un feroz incendio forestal, un guardabosques rescató un osezno. En un sitio de recuperación, lejos del peligro, colocó el pequeño animal en el suelo. De pie sobre sus diminutas patas traseras, el osezno abrazó la pantorrilla del hombre. El guardabosques intentó apartarse con suavidad, pero el osito, con la boca abierta como si clamara desesperado, se le trepó intentando permanecer refugiado en su rescatador. Aferrado al brazo del hombre, logró que este se rindiera y acariciara la cabeza de su nuevo amigo peludo.

¿Qué pasaría si persiguiéramos a nuestro rescatador supremo, Jesús, con la misma desesperación y confianza con la que aquel osezno buscó y se aferró a quien lo salvó de la muerte?

Todas las personas que Dios hizo necesitan ser salvadas. El salmista David confiesa su necesidad de que Dios, su rescatador, oiga y responda sus oraciones (Salmo 55:1-2). Admitiendo enfrentar problemas, amenazas, sufrimiento y temor (vv. 3-5), buscó confiado a Dios: «En cuanto a mí, a Dios clamaré; y el Señor me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz» (vv. 16-17).

Cuando enfrentemos dificultades y sufrimiento de cualquier tipo, como David, podemos clamar a Dios. Nuestro Rescatador amoroso, que nos está buscando, nos oye y nos salva.

De:  Xochitl Dixon

Reflexiona y ora

¿Cómo puedes ir en busca de Dios hoy? ¿Cuándo te ha rescatado Él de problemas y sufrimiento?
Dios, gracias por ser mi refugio siempre.