Una tarde, en una cafetería, observé a una niña pequeña con sus padres en una mesa cercana. Mientras ellos conversaban con sus amigos, una paloma entró y comenzó a picotear migajas del suelo. Asombrada ante la escena, la pequeña trató de captar la atención de los adultos con gritos de alegría, pero ellos nunca llegaron a ver lo que ella veía. Solo le sonrieron y siguieron conversando.

Una vez, Jesús envió a sus discípulos a una misión de predicar, la cual se tornó tremendamente exitosa (Lucas 10:17). Como respuesta, Jesús oró: «Yo te alabo, oh Padre, […] porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños» (v. 21). En este caso, «niños» no se refería a la edad sino a la condición. Eran los «pecadores» comunes y corrientes quienes respondieron al evangelio, mientras que los líderes religiosos «sabios y entendidos» lo ignoraron (7:29-34). Los líderes se habían perdido de ver a Jesús porque, en realidad, no quisieron hacerlo.

La niña en la cafetería vio algo maravilloso, mientras que sus padres se lo perdieron. Que la charla del mundo o la falta de humildad para buscar más entendimiento no nos distraigan, de modo que nos perdamos lo que Dios quiere mostrar sobre sí mismo.

De:  Sheridan Voysey

Reflexiona y ora

¿Qué fue lo que primero abrió tus ojos y corazón al evangelio? ¿Cuánto deseo tienes ahora de saber más de Dios?
Dios, abre mis ojos para ver todo lo que quieres que vea sobre ti y el evangelio.