Un día, mientras vivía con mi mamá enferma, para cuidarla, visitamos una exposición de arte. Estábamos emocional y físicamente agotadas. Observé dos botes de remo de madera cubiertos de colorido arte murano inspirado en señuelos de pesca y arreglos florales. Estaban frente a una pared negra sobre una superficie reflectante: el Ikebana y botes flotantes. Esferas de vidrio moteadas y con rayas estaban apiladas en el bote más pequeño. Del casco del segundo bote se elevaban esculturas largas y curvas, como llamas ardientes. El artista había moldeado cada pieza de vidrio derretido con el fuego del proceso de soplar vidrios.
Lágrimas mancharon mis mejillas al imaginar la mano protectora de Dios sosteniéndome a mí y a mi mamá —sus hijas amadas— a través de nuestros días difíciles. Al moldear el carácter de su pueblo mediante el fuego purificador de la vida, Dios nos confirma que nos conoce y que le pertenecemos (Isaías 43:1). Aunque no podemos evitar las dificultades, Él promete protegernos y estar presente (v. 2). Su identidad y amor aseguran sus promesas (vv. 3-4).
El ardor de las circunstancias de la vida puede hacernos sentir frágiles. Tal vez seamos frágiles. Pero Dios nos sostiene firmemente en amor, independientemente del calor abrasador que alcance el horno. Nos conoce, nos ama, ¡somos suyos!
De: Xochitl Dixon