Como miembro de la resistencia antinazi en Francia, Adolfo Kaminsky alteró documentos de identidad para salvar a cientos de los campos de concentración. Una vez, le dieron tres días para falsificar 900 certificados de nacimiento y 300 cartillas de racionamiento para niños judíos. Trabajó dos días sin dormir, diciéndose: «En una hora, puedo hacer treinta documentos. Si duermo una hora, morirán treinta personas».

El apóstol Pablo sentía una urgencia similar. Le recordó a la iglesia de Éfeso cómo había servido «al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas» (Hechos 20:19). Dijo: «nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros» (v. 20). Esta urgencia lo obligaba a compartir con todos la necesidad del arrepentimiento y la fe en Jesús (v. 21). Ahora, volvía a Jerusalén, dispuesto a acabar su «carrera con gozo, y el ministerio que [había recibido] del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (v. 24).

Pablo no podía salvar a nadie. Solo Dios lo hace. Pero podía dar la buena noticia sobre Jesús, el único «nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).

¿A quién te está recordando hoy el Espíritu Santo? Puedes compartir con esa persona la buena noticia de Dios.

De:  Mike Wittmer

Reflexiona y ora

¿A quién conoces que necesite oír el «evangelio de la gracia de Dios»? ¿Cómo podrías compartirlo con esa persona?
Jesús, dame oportunidades para hablarles de tu amor a los que te necesitan.