El incendio forestal más desastroso en la historia de Estados Unidos fue el de Peshtigo, en Wisconsin. Ocurrió la misma noche que el más conocido, en Chicago, pero cobró varios cientos de vidas más. Peshtigo, una ciudad floreciente con edificios de madera y parte de la industria maderera, se consumió en una hora con el infierno que avivaron las ráfagas de viento.
Entre los pocos objetos que dejó el fuego, quedó una pequeña Biblia abierta. Aunque las llamas habían chamuscado la tapa y el calor extremo había solidificado sus hojas, permaneció intacta. Actualmente se puede ver en un museo de la ciudad.
La preservación de aquella Biblia me recuerda la seguridad que Dios dio a su pueblo en otro momento difícil: «Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre» (Isaías 40:8). Aunque amenazaban las «tormentas de fuego» de la invasión y el exilio, Dios afirmó que sería fiel a sus promesas y nunca abandonaría a los que se volvieran a Él… pasara lo que pasara.
La Biblia en Peshtigo, aunque parcialmente legible, estaba abierta en los Salmos 106 y 107, que dicen en su primer versículo: «Alabad al Señor, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia». Sus palabras y su amor nunca cambian, y por eso le agradeceremos por siempre.