En 1872, el presidente Grant fue detenido por conducir su carruaje imprudentemente por Washington D. C. Una publicación dice que el oficial William West, afroamericano, le advirtió: «Su conducción rápida, señor, […] pone en peligro la vida de los que tienen que cruzar la calle». Grant se disculpó, pero la noche siguiente hizo lo mismo. West lo detuvo y dijo: «Lamento mucho tener que hacerlo, señor presidente, porque usted es el jefe de la nación y yo apenas un policía, pero el deber es el deber». Y arrestó al presidente.
Admiro a este hombre por cumplir con su deber. Grant también lo hizo: lo elogió y se aseguró de que conservara su trabajo. A Dios también le agradó porque aborrece la injusticia del favoritismo. Dice: «vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas» (Santiago 2:1). Esto incluye no hacer favores especiales a los ricos y poderosos, y solo dejar los restos para los pobres (vv. 2-4). En cambio, se nos llama a amar y servir a todos nuestros prójimos como a nosotros mismos (v. 8). De lo contrario, «[somos] hallados culpables por la ley como transgresores» (v. 9 nbla).
Dios no aplicó favoritismo con nosotros. Nos amó cuando estábamos «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efesios 2:12). Con su ayuda, podemos amar a todos por igual.



