¿A veces te consideras un fraude? ¡No eres el único! A finales de la década de 1970, dos investigadores identificaron el «síndrome del impostor» como la condición de dudar de los talentos o capacidades personales y considerarse un fraude. Incluso personas exitosas y brillantes luchan con la sensación de incapacidad, preocupándose de que si alguien espiara detrás de la cortina de sus vidas, vería cuánto desconocen.

Pablo exhorta a la iglesia en Roma del primer siglo a ser humilde: «que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura» (Romanos 12:3). Es importante no sobrevalorar nuestras habilidades, pero cuando dudamos de nuestra valía, vamos demasiado lejos y despreciamos los talentos que Dios ha dado a otros para servirlo. Pensar de nosotros mismos «con cordura» es valorar de manera sensata y realista lo que ofrecemos. Pablo nos insta a no vacilar, sino abrazar quiénes somos «conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno». Así se edifica el cuerpo de creyentes de Dios (vv. 4-8).

En lugar de desvalorizar nuestras ofrendas con el síndrome del impostor, valoremos los dones de Dios en nosotros. Al aceptar con gratitud su gracia, no nos consideramos ni mucho ni poco. Y así, agradamos a nuestro Padre y edificamos el cuerpo de Cristo.

De:  Elisa Morgan

Reflexiona y ora

¿Dónde luchas con el síndrome del impostor? ¿Cómo puede Dios darte fe para triunfar?
Dios, ayúdame a verme como tú me ves.