Dos pilotos se durmieron durante su vuelo sobre Indonesia. Aunque el comandante tenía permiso para dormir una vez que el avión alcanzara la altitud de crucero, se despertó y descubrió que su copiloto también se había quedado dormido. Ambos estuvieron dormidos durante una media hora con más de 150 pasajeros y tripulantes a bordo, y a casi 11.000 metros de altitud. El avión se había desviado de su curso, pero aun así, llegó a su destino de manera segura.
Los pilotos humanos pueden dormirse en pleno vuelo, pero podemos estar seguros de que Dios nunca se duerme.
Este es el consuelo que nos ofrece el Salmo 121. En ocho versículos, se nos recuerda que Dios es omnisciente: conoce todo de nuestras vidas; es omnipresente: está presente durante todo nuestro día; y omnipotente: nos protege con todo su poder. El salmista declara que nuestra ayuda viene de Dios (v. 2). Él es nuestro protector y sombra (v. 5), y nos guarda de todo mal, preservando nuestra alma (v. 7).
Dios nunca se cansa: «No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda» (v. 3). Y concluye: «El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre» (v. 8).
Cuando nos preguntemos si Dios se ha olvidado de nosotros, tengamos la certeza de que Él está al volante; siempre despierto y cuidándonos.



