Antes de ser martirizado por su firme fe en Jesús, un pastor africano escribió «La oración de un mártir», que llegó a conocerse como «La hermandad de los que no se avergüenzan».
Sus palabras plantean un reto a todos los creyentes en Jesús, que se hace eco de las palabras del apóstol Pablo en su carta a Timoteo: «No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (2 Timoteo 1:8) porque el Espíritu Santo nos da «poder, […] amor y […] dominio propio» (v. 7).
He aquí, en parte, lo que escribió aquel fiel pastor africano: «Soy parte de la hermandad de los que no se avergüenzan. He tomado la decisión. Soy un discípulo [de Jesús] y no cederé, no reduciré la marcha, no retrocederé ni permaneceré quieto. Mi pasado está redimido. Mi presente tiene sentido. Mi futuro está asegurado. […] Vivo por la fe, me apoyo en la presencia de Dios, camino con paciencia, me sostengo en la oración y me esfuerzo por el poder del Espíritu Santo».
Tanto Timoteo como aquel pastor enfrentaron dificultades que tal vez nunca experimentaremos, pero sus palabras nos desafían a mantenernos firmes cuando nuestra fe es puesta a prueba. Podemos no avergonzarnos porque Dios puede «guardar hasta aquel día lo que le [hemos] confiado» (v. 12 nvi): nuestras vidas y nuestro futuro.